Aunque James Toussaint nunca ha tenido covid, la pandemia está afectando profundamente su salud.
Primero, en la primavera de 2020, el hombre de 57 años perdió su trabajo entregando repuestos para una concesionaria de automóviles de Nueva Orleans, cuando la economía local se congeló. Luego, se atrasó en el pago del alquiler. El mes pasado, Toussaint tuvo que dejar su apartamento cuando el propietario, que se negó a aceptar la asistencia para el alquiler con fondos federales, encontró un agujero legal en la prohibición federal sobre desalojos.
Toussaint ha tenido problemas para controlar su presión arterial. Con artritis en la espalda y las rodillas no puede levantar más de 20 libras, un gran obstáculo para su trabajo.
Le preocupa lo que sucederá cuando se agoten sus beneficios por desempleo que se otorgaron por la pandemia, lo que podría suceder el 31 de julio.
“He estado sin hogar antes”, dijo Toussaint, quien pudo alquilar un cuarto cerca después de su desalojo. “No quiero volver a quedarme sin hogar”.
Con la caída de las infecciones por coronavirus en el país, muchas personas están ansiosas por dejar atrás la pandemia. Pero ha causado heridas que no se curan fácilmente. Además de matar a 600,000 personas en los Estados Unidos y afectar a unos 3,4 millones o más con síntomas persistentes, la pandemia amenaza la salud de las personas vulnerables devastadas por la pérdida de empleos, hogares y oportunidades futuras.
Es casi seguro que proyectará una larga sombra sobre la salud estadounidense, lo que hará que millones de personas vivan más enfermas y mueran más jóvenes debido a las crecientes tasas de pobreza, hambre e inseguridad en la vivienda.
En particular, exacerbará las discrepancias que ya se han visto en el país entre la riqueza y la salud de los estadounidenses negros e hispanoestadounidenses (que pueden ser de cualquier raza), y las de los estadounidenses blancos.
De hecho, una nueva investigación publicada en la revista BMJ muestra cuán grande se ha vuelto esa brecha. La esperanza de vida en todo el país se desplomó en casi dos años entre 2018 y 2020, el mayor descenso desde 1943, cuando soldados estadounidenses morían en la Segunda Guerra Mundial, según la investigación.
Pero mientras que los estadounidenses blancos perdieron 1,36 años, los estadounidenses negros perdieron 3,25 años y los hispanoestadounidenses, 3,88 años. Dado que la esperanza de vida normalmente varía sólo un mes o dos de un año a otro, las pérdidas de esta magnitud son “bastante catastróficas”, explicó el doctor Steven Woolf, profesor de la Virginia Commonwealth University y autor principal del estudio.
Durante los dos años incluidos en el estudio, la pérdida promedio de esperanza de vida en el país fue casi nueve veces mayor que el promedio en otras 16 naciones desarrolladas, cuyos residentes ahora pueden esperar vivir 4.7 años más que los estadounidenses. En comparación con sus pares en otros países durante este período, los estadounidenses no solo murieron en mayor número sino a edad más temprana.
La tasa de mortalidad del país se disparó casi un 23% en 2020, cuando hubo aproximadamente 522,000 muertes más de las que habría en un año normal. No todas estas muertes fueron directamente atribuibles a covid-19. Los ataques cardíacos mortales y los accidentes cerebrovasculares aumentaron en 2020, en parte impulsados por el retraso en los tratamientos o la falta de acceso a la atención médica, dijo Woolf.
Más del 40% de los estadounidenses pospusieron tratamientos durante los primeros meses de la pandemia, cuando los hospitales estaban colmados, y solo entrar a un centro médico parecía arriesgado. Sin atención médica inmediata, los ataques cardíacos pueden causar insuficiencia cardíaca congestiva; retrasar el tratamiento de los ataques cerebrales aumenta el riesgo de discapacidad a largo plazo.
Gran parte del devastador impacto en la salud pública durante la pandemia puede atribuirse a la disparidad económica. Aunque los precios de las acciones se han recuperado de la caída del año pasado, y han alcanzado máximos históricos, muchas personas siguen sufriendo financieramente, en especial los afroamericanos y los hispanoestadounisenses.
En un informe de febrero, analistas de la economía de McKinsey & Co. predijeron que, en promedio, los trabajadores negros e hispanos no recuperarán su empleo y salarios antes de la pandemia hasta 2024. Y los empleados peor pagos y sin educación secundaria tal vez ni se recuperan para entonces.
Aunque los programas de ayuda federales y estatales han amortiguado el impacto de la pérdida de empleos por la pandemia, el 11,3% de los estadounidenses viven hoy en la pobreza, en comparación con el 10,7% en enero de 2020. Una moratoria federal de desalojos, que ha ayudado a que aproximadamente 2,2 millones de personas permanezcan en sus hogares, expira el 30 de junio.
Sin protección contra los desalojos, “millones de estadounidenses podrían caer en un abismo”, dijo Vangela Wade, presidenta y directora ejecutiva del Centro de Justicia de Mississippi, un grupo de defensa sin fines de lucro.
El desalojo erosiona la salud de una persona de múltiples formas. “La pobreza causa mucho cáncer y enfermedades crónicas, y esta pandemia ha causado mucha más pobreza”, dijo el doctor Otis Brawley, profesor de la Universidad Johns Hopkins que estudia las disparidades en salud. “El efecto de esta pandemia sobre las enfermedades crónicas, como las enfermedades cardiovasculares y la diabetes, se medirá en las próximas décadas”.
Veinte millones de adultos recientemente han tenido problemas para poner comida en la mesa. La imposibilidad de pagar alimentos saludables, que generalmente son más costosos que los alimentos salados y procesados, puede causar daños tanto a corto como a largo plazo. Por ejemplo, las personas con bajos ingresos tienen más probabilidades de ser hospitalizadas por niveles bajos de azúcar en sangre hacia fin de mes, cuando se quedan sin dinero para comprar alimentos.
A largo plazo, la inseguridad alimentaria se asocia con un mayor riesgo de diabetes, colesterol alto, hipertensión, depresión, ansiedad y otras enfermedades crónicas, especialmente en los niños.
“Una vez que haya pasado la fase aguda de esta crisis, enfrentaremos una enorme ola de muerte y discapacidad”, dijo el doctor Robert Califf, ex comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), quien escribió sobre los riesgos para la salud posteriores a una pandemia en un editorial de abril en la revista médica Circulation. “Estas serán las otras consecuencias de Covid”.
Menos riqueza, peor salud
La salud estadounidense era mala incluso antes de la pandemia: el 60% de la población padecía una afección crónica, como obesidad, diabetes, hipertensión o insuficiencia cardíaca. Estas cuatro condiciones se asociaron con casi dos tercios de las hospitalizaciones por covid, según un estudio de febrero en el Journal of the American Heart Association.
Las muertes por algunas enfermedades crónicas comenzaron a aumentar entre los estadounidenses de bajos ingresos en la década de 1990, dijo Woolf. Esa tendencia se vio exacerbada por la Gran Recesión de 2007-09, que socavó la salud no solo de quienes perdieron sus hogares o trabajos, sino también de la población en general.
Sin embargo, la Gran Recesión y sus efectos en la salud no afectaron a todos los estadounidenses por igual. Las personas negras controlan hoy menos riqueza que antes de la recesión, mientras que la brecha en la seguridad financiera entre los estadounidenses blancos y negros se ha ampliado, según un artículo de Nonprofit Quarterly publicado el año pasado. Y la tasa de desempleo entre los trabajadores negros no se recuperó a los niveles anteriores a la recesión hasta 2016.
Los investigadores han desarrollado una mejor comprensión en los últimos años de cómo el estrés crónico, causado por la pobreza, la pérdida del empleo y la falta de vivienda, conduce a la enfermedad. El estrés implacable causa inflamación que puede dañar los vasos sanguíneos, el corazón y otros órganos.
Las investigaciones muestran que las personas con bajos ingresos viven un promedio de siete a ocho años menos que aquéllas que tienen seguridad financiera. El 1% más rico de los estadounidenses vive casi 15 años más que el 1% más pobre.
Las personas pobres tienden a fumar más; tienen un mayor riesgo de enfermedades crónicas como enfermedades cardiovasculares, diabetes, enfermedades renales y trastornos mentales; y es más probable que sean víctimas de la violencia.
El estrés de la pandemia también ha llevado a muchas personas a fumar, beber y aumentar de peso, aumentando el riesgo de enfermedades crónicas. Las sobredosis fatales de drogas aumentaron un 30% entre octubre de 2019 y octubre de 2020.
Jennifer Drury, de 40 años, ha luchado contra el abuso de sustancias, en particular los analgésicos recetados, desde los 20. Culpa al aislamiento y el estrés de la pandemia por una recaída y por haber perdido amigos a causa de sobredosis.
“El tiempo de inactividad no es bueno para la adicción”, dijo Drury, quien se atrasó en el pago del alquiler y fue desalojada de su casa anterior. Dijo que los traficantes nunca están lejos, especialmente en el motel de Nueva Orleans donde ahora vive con su esposo. “A los traficantes de drogas no les importan las pandemias”.
Mujeres perdiendo terreno
El Plan de Rescate Estadounidense, que proporciona $1,9 mil millones en ayuda por la pandemia, fue diseñado para ayudar a los trabajadores desplazados y reducir a la mitad las tasas de pobreza infantil. Los beneficios reales de la ley pueden resultar menos amplios.
Veinticinco estados han optado por eliminar los pagos de desempleo federales adicionales, citando preocupaciones de que estos generosos beneficios pagan a las personas más por quedarse en casa de lo que pueden ganar trabajando.
Muchas mujeres dicen que les gustaría volver a trabajar pero que no tienen a nadie que se ocupe de sus hijos. Casi la mitad de los centros de cuidado infantil han cerrado y otros han reducido el número de niños que atienden.
El Banco de la Reserva Federal de Minneapolis concluyó que “la recuperación económica depende de la disponibilidad de cuidado infantil”. Un informe de marzo del Centro Nacional de Leyes de la Mujer estima que “las mujeres han perdido una generación de ganancias en la participación en la fuerza laboral”, lo que podría dejarlas a ellas y a sus hijos en desventaja financiera durante años.
Ruth Bermúdez es una de las millones de mujeres que se alejaron de la fuerza laboral el año pasado. Bermúdez, quien fue despedida de su empleo como trabajadora social de salud conductual en Nueva Orleans, dijo que sus necesidades de cuidado infantil le han impedido encontrar trabajo. El cuidado de su hija de 6 años se convirtió en su trabajo de tiempo completo después de que la pandemia cerrara las escuelas.
Aunque su hija ha regresado a clases, Bermúdez dijo que los cierres escolares debido a los brotes de covid han sido frecuentes e impredecibles.
“Tuve que ser maestra, hacer el almuerzo, conducir, todo al mismo tiempo”, dijo Bermúdez, de 27 años. “Es agotador”.
Desalojos que cambian la vida
James Toussaint tuvo solo dos semanas para encontrar un nuevo lugar para vivir después de que un juez ordenara su desalojo. No pudo estar con su familia.
“Tengo familia, pero todos tienen sus propios problemas”, dijo Toussaint, quien tuvo que tirar toda su ropa y muebles porque se habían infestado de chinches. “Todos están haciendo todo lo posible para ayudarse a sí mismos”.
Toussaint ahora alquila una habitación en una pensión sin cocina y un baño compartido por $160 a la semana. Tuvo que comprar artículos de limpieza con su propio dinero para desinfectar el baño, que, según dijo, a menudo no se puede usar de lo sucio que está.
Compartir el espacio común a menudo es insalubre y aumenta el riesgo de estar expuesto al coronavirus, dijo Emily Benfer, profesora visitante en la Escuela de Derecho de la Universidad de Wake Forest. Incluso mudarse con la familia presenta riesgos, dijo, porque es imposible aislarlo o ponerlo en cuarentena en hogares abarrotados.
Benfer coescribió un estudio de noviembre que encontró que las tasas de infección por covid crecieron dos veces más en los estados que levantaron las moratorias sobre los desalojos, en comparación con los estados que continuaron prohibiéndolos. Aproximadamente el 14% de los inquilinos se han retrasado en el pago del alquiler, el doble de la tasa antes de la pandemia.
El contrato de arrendamiento anual de Toussaint expiró durante la pandemia, por lo que tuvo que alquilar mes a mes. Si bien algunos estados requieren que los propietarios muestren una “causa justa” para el desalojo, los propietarios de Louisiana pueden desalojar a los inquilinos por cualquier motivo una vez que haya vencido su contrato de alquiler anual.
Los dueños de propiedades han solicitado más de 378,000 desalojos durante la pandemia en solo los cinco estados y las 29 ciudades rastreadas por el Laboratorio de Desalojos de la Universidad de Princeton. Un conjunto de pruebas cada vez mayor muestra que el desalojo es tóxico para la salud y causa daños inmediatos y a largo plazo que aumentan el riesgo de muerte.
Estudios muestran que las personas desalojadas tienen más probabilidades de tener problemas de salud general o de salud mental incluso años después.
“Este evento singular altera el curso de la vida para peor”, dijo Benfer. “Si no intervenimos” para evitar los desalojos masivos cuando finalice la moratoria, “será catastrófico para las generaciones venideras”.
Los daños causados por el desalojo se pueden medir en todas las etapas de la vida:
Cuando las mujeres embarazadas son desalojadas, sus recién nacidos tienen más probabilidades de ser prematuros o muy pequeños, y tienen un mayor riesgo de morir en el primer año de vida. Las mujeres que son desalojadas tienen más probabilidades de sufrir agresiones sexuales, dijo Benfer.
Los niños que son desalojados corren un mayor riesgo de intoxicación por plomo en viviendas deficientes, dijo Benfer. También son más propensos que otros a ser hospitalizados.
Los adultos desalojados reportan una peor salud mental y tienen más probabilidades de ser hospitalizados por una crisis de salud mental, muestran estudios. También tienen mayores tasas de mortalidad por suicidio. Aunque las causas de adicción son complejas, las investigaciones muestran que los condados con tasas de desalojo más altas tienen tasas significativamente más altas de muertes relacionadas con drogas y alcohol.
Las personas que son desalojadas a menudo se mudan a viviendas deficientes en vecindarios con índices de criminalidad más altos. Estos lugares a veces están plagados de moho y cucarachas, no tienen calefacción suficiente o tienen tuberías que no funcionan. Los propietarios no tienen ningún incentivo para hacer reparaciones a los inquilinos que están atrasados en el pago del alquiler, dijo Benfer. De hecho, los que denuncian peligros o piden reparaciones corren el riesgo de ser desalojados.
Aunque los estadounidenses de clase media dan por sentado sus cocinas y dependen de ellas para cocinar comidas saludables, más de 1 millón de hogares carecen de cocinas completas, según la Oficina del Censo.
Nueva Orleans no requiere que las unidades de alquiler incluyan estufas, dijo Hannah Adams, también abogada de Southeast Louisiana Legal Services. La nueva habitación de Toussaint está equipada con microondas y nevera pequeña, pero no tiene fregadero, horno ni fogones. Lava los platos de la cena en el baño. Su casero no permite que los residentes tengan cocinas eléctricas, por lo que la mayoría de sus comidas incluyen cereales fríos, sándwiches de fiambres o comidas que puede calentar en el microondas. Su médico ha instado a Toussaint, que es prediabético, a perder peso, comer con menos sal y dejar de fumar.
Toussaint, que vivió en la calle durante dos años, dijo que está decidido a no regresar allí. Espera solicitar un seguro por discapacidad, que le proporcionaría un ingreso si su artritis le impide encontrar un trabajo estable.
Woolf dijo que espera que los estadounidenses no se olviden del sufrimiento de personas como Toussaint a medida que disminuyen los casos de covid.
“Mi preocupación es que la gente sienta que la crisis ha quedado atrás y todo está bien”, dijo Woolf. Su investigación, que conecta cuatro décadas de oportunidades económicas con la baja en la esperanza de vida, muestra que “estamos ante un gran problema, y eso era cierto antes de que supiéramos que se avecinaba una pandemia”.
La pandemia no tiene por qué condenar a una generación de estadounidenses a la enfermedad y la muerte prematura, dijo el doctor Richard Besser, presidente y director ejecutivo de la Fundación Robert Wood Johnson.
Al abordar problemas como la pobreza, la desigualdad racial y la falta de viviendas asequibles, el país puede mejorar la salud de los estadounidenses y revertir las tendencias que causaron el sufrimiento de las comunidades de color. “La forma en que la pandemia afectará la salud futura de las personas depende de lo que hagamos después de esto”, dijo Besser. “Se necesitará un esfuerzo intencional para compensar las pérdidas que se han producido durante el año pasado”.
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